Una mañana más, absurda y aburrida. Sin precedentes como cualquier otra, pero llena de expectativas y posibilidad, como todas las anteriores…
Abro mis ojos, reviso mis adornos y desempolvo mi calzado, tal vez sea preciso tomar un baño. Que acto tan insignificante a la vista de los dioses, a los cuales el cuidado es solo la concepción de una mente empobrecida por la decadencia y la mortandad.
Sin embargo, debo continuar con mi agotadora existencia, al menos mis ojos se alzan y alcanzan aquella luz, regalo de Apolo que apacigua la oscuridad del alma pero no la desesperación del corazón.
Amarga mi soledad es, incluso entre reyes me siento un esclavo y a pesar de que mi presencia incite una reverencia yo me inclinaría ante aquel inalcanzable objetivo de mi alma y de mi cuerpo.
Cronos apresura su huida y esto apresura mi decadencia. Debo atender aquellas distracciones del alma que solo justifican mi existencia entre mi estirpe, pues mi corazón sabe lo que anhela. Oh, aquella batalla entre Apolo y Dioniso nunca terminará.
Ahora pues, debo emprender mi viaje, ya han traído mi carruaje. Que exhaustiva tarea es el debatir con aquellos que son igual a tí, aunque solo en apariencia.
Pero… ¿qué veo en aquel arbolado?
La dama más hermosa, pura… no existen adjetivos o definiciones terrenales para describirla y aun así parece requerir de mi presencia.
Abrumado me encuentro y solo puedo seguir por la inconsolable necesidad de dejarme guiar por aquel pasmo.
¿Qué pasión se apoderó de mi voluntad?
Me encuentro atrapado por fuerzas y poderes que superan incluso mis sueños más enigmáticos.
En qué punto se concretó que un ser perecedero y podrido tenga que decidir si su destino debe regirse por fuerzas que aunque abrumadoras también son cautivadoras.
¿Cómo he de decidir esto?
Afrodita se acerca a Hera y Atenea, susurrando:
– No creía que un corazón tan insignificante me anhelara tanto.